Autor:
Lic. E. Ariel Rodríguez Goberna
Participación:
Lic. F. Inés Sucunza
Introducción
Siguiendo lo planteado por Kant, I. (2010), podemos decir que la razón humana está abrumada por cuestiones inevitables, impuestas por su propia naturaleza, las cuales no puede responder, ya que la superan.
No posee todos los conocimientos necesarios existentes; por lo que se basa en principios fundados en su propia experiencia, los cuales son inacabados.
Esto conlleva a que se vea en la necesidad de recurrir a principios, que van más allá de toda experiencia vivida, lindantes con el sentido común; principios metafísicos.
“El Miedo Como Marco Social
Contenedor de los valores Morales”
La alineación cuerpo, mente, corazón y alma, es básica en los humanos para que podamos “sentirnos vivos” y “conectados” con la vida; para poder trascender.
Llegar a ello se consigue por varios y largos caminos – religiosos, metafísicos, éticos, filosóficos, etc.-.
Por su parte, Rousseau y Hobbes, postulaban el origen contractual de la sociedad, el primero arguyendo que el hombre en su estado natural era bueno, y no podía volver a dicho estado; y el segundo quien planteaba que originariamente “El hombre es el lobo del hombre”, y para no destruirse unos con otros; y por un “fin común” y en pro de la organización y la convivencia, se creó la sociedad.
Lo claro es que queramos o no; más allá de lo que estos autores postularon, tenemos que vivir en sociedad; lo que es una verdadera odisea, una aventura muchas veces insalubre. Ya que la mediocridad de algunos humanos, en su diario vivir conlleva envidias, rencores, y demás sentimientos oscuros hacia el otro, buscando pisotear “cueste lo que cueste”, al otro, para lograr un fin deseado. O simplemente para descargar la ira, los fracasos, los miedos en el prójimo.
Para poder vivir y convivir medianamente en un marco aceptable – decir Paz, es pedir mucho – hemos creado, heredado e ido adquiriendo (por diversas vías), leyes y normas sociales, morales, éticas, religiosas, prejuicios, miedos… es decir un Marco Social que contiene, moldea o decanta nuestro ser; nuestro Yo más profundo. Porque, todas estas normas hacen de brete para que hombres y mujeres actúen según una norma preestipulada, heredada, que pocas veces coincide con el sentido común o con la naturaleza misma del ser.
Es justamente en el miedo en donde – a nuestro parecer – radica el quid de la cuestión, puesto que muchos humanos, por miedo no realizamos algunas de nuestras acciones potenciales. Miedo al rechazo social, miedo al fracaso, miedo al ridículo, miedo a caer presos, miedo a la soledad, miedo al infierno, etc.
Pero no todos los miedos provienen del evitar situaciones caóticas, sino que muchos son frutos de traumas vividos, que bloquean a nuestro “Ego” de manera tal que lo llevan a no poder realizar cosas buenas, sanas, constructoras para nuestro propio ser, por temor a que se repitan historias de fracasos pasados. Es aquí cuando con ayuda de terceros, -amigos, seres amados, psicólogos, religión, terapias alternativas, y principalmente de uno mismo-, se puede lograr paso a paso cerrar y superar viejas heridas, traumas.
Y… ¿Qué es el miedo? Siguiendo lo postulado por de Andrés, Verónica y Andrés F., (2011) podemos decir que el miedo es una emoción que “nos invita a prepararnos, a usar nuestra energía para proteger aquello que valoramos o que queremos lograr. Nos impulsa a cuidar lo que queremos, a tomar precaución”.
Es cierto también, que escuchar nuestros miedos, muchas veces nos ayuda a evitar situaciones indeseables. Pero guarda, no hay que dejarse guiar por el miedo, ni tampoco quedar indefensos ante las diversas vicisitudes que nos toque afrentar. Hay que tomarlo como una medida precautoria, un modo de cuidarse.
Sí… pero… ¿Y los valores? Siguiendo lo planteado por Almará, Erasmo Norberto M. (1999), los valores son cosas que hacen bien a nuestro ser, que necesitan de algo para manifestarse. Estos pueden ser culturales, familiares, religiosos, artísticos, morales, sociales, etc. Y solo se manifiestan a través de los actos humanos.
Pasando a un nivel más profundo de análisis, si bien reconozco la existencia de valores intrínsecos a naturaleza humana, (más allá de si una persona se halla sola o en sociedad), también sostengo que los valores morales son externos a la naturaleza humana, son herencia social hegemónica y dominante, enmarcada por un rótulo “Cosa Juzgada”… ¿Pero no es así?
Y lo que afirmo lo sostengo en hechos históricamente comprobables:
· En culturas árabes era común - y sigue siéndolo - la poligamia, incluso un hombre podía casarse con varias mujeres que fueran hermanas entre si, – como fue el caso Moisés -… costumbre prohibida actualmente en la cultura occidental.
· Pensar hoy en día en pedofilia es pensar en un crimen aberrante, morboso… pero si miramos un poco la historia de los pueblos árabes, recordaremos que era común que a una niña que recién había empezado a menstruar se la casara en un matrimonio arreglado por sus padres, con un hombre mucho mayor que ella.
· Pensar en incesto suena degenerado, pervertido… sin embargo en el antiguo Egipto – por nombrar solo un caso- era tal la corrupción reinante que el faraón solo podía confiar en su hermana, por lo que algunos de ellos desposaron a su hermana. Este fue el caso de Cleopatra, o el de sus padres. Sin ir mas lejos, y en un rango menor, es común en muchas culturas que los padres besen a sus hijos /as – del sexo opuesto – en la boca. Algunos inclusive suelen bañarse desnudos junto a ellos.
· Pensar en antropofagia suena a algo deshumanizante que nos remite a las tribus caníbales australianas o americanas. Pero en los ’70, los sobrevivientes de la “Tragedia de los Andes”, para poder conservarse vivos en medios de tanta hostilidad impensada – luego de varios debates ético / morales - optaron por nutrirse de la carne de pasajeros fallecidos, y fue gracias a esa opción tomada, que llegaron a sobrevivir.
· Hasta eróticamente, ver a una mujer con sus senos desnudos es impuesto hoy en día como símbolo y fetiche sexual, tanto que muchas desearían tener el dinero necesario para levantárselos o ponerse siliconas. Si miramos en retrospectiva, o a alguna de las tribus del Amazonas, como los Xingú, ellos solo le ven a la mujer los senos con una tarea meramente de lactancia, para con sus potenciales hijo. Por lo que a los hombres eso no los erotiza, ellas no se los “cuidan” y los lucen naturalmente al desnudo.
· Por último, en la antigua Gracia, en la Atenas cuna de filosofía, algunos de los más reconocidos filósofos tenían un mancebo, que varias veces era uno de sus alumnos, mucho más joven que el docente, con quien mantenían relaciones homosexuales; mientras que a su propia esposa, la recluía solo al rol de tener relaciones sexuales con el único fin de la reproducción.
Y así podríamos seguir enumerando hechos que para algunas culturas fueron naturales y para otras no. Si quieren refutar esto desde la postura de que “nosotros somos más evolucionados, civilizados” o arguyen que cito algunos “casos extremos”, les diré que los avances técnicos / científicos que poseemos hoy en día son impensables e incuestionables, pero ellos no nos garantiza que seamos mejores social y humanamente hablando.
Entonces, retomando un poco el eje de la charla, a donde está lo malo… ¿En la mirada, o en la actitud innata? La historia comprueba que en la mirada.
“Actuar en Sociedad”
Descubrimos que el miedo es el “gran freno”, nos preguntamos: ¿Qué sería de nosotros sin el miedo?…
Avancemos un paso en nuestro nivel de análisis. Es claro que existen muchas personas a las que nunca se les cruzó por la cabeza hacer ninguna de las cosas extremas recién planteadas. Pero, un sujeto puede haber tenido otros deseos o pensamientos, de los que él mismo se asustó y los que frenó sorprendido de sí mismo.
Como diría Ortega y Gasset “El hombre es el hombre y sus circunstancias”… o como diría el viejo refrán: “La ocasión hace al ladrón”.
Por lo que, siendo sinceros con nosotros mismos, hay cosas que uno piensa, desea – aunque más no sea por una fracción de segundo y bajo presión – y que no lleva a cabo, gracias al filtro social antes nombrado.
Por ello no matamos, no robamos, no le decimos en la cara todas las que pensamos a mucha gente,… pero otros lo hacen... y hacen cosas peores… Te matan por $20 o porque no los tenés.
¿Y qué hay con ellos? Pues, a nuestro parecer, no poseen nuestra misma escala de valores, y si la poseyeron, la situación vivida los llevó a dejarla de lado: e ir más allá.
“Odio y Amor”
Nelson Mandela, (2005) sostenía que: “Siempre supe que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su formación o de su religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y amar”.
A partir del anterior postulado, podemos divisar, según esta teoría: que todas las personas venimos al mundo sin ningún plus de odio, rencor o ira agregado [1]; pues si un ser humano es malo, a algunos lo vuelven malo a medida que va creciendo, o algunas personas se vuelven malas por que no saben decantar para bien las experiencias vividas y se dedican a reproducir lo aprehendido y vivido sin cuestionarlo, y sin ver cuales son las mejoras que cada uno puede hacerle a “lo aprehendido”. También están quienes postulan que la maldad no es intrínseca a la naturaleza humana o una opción, sino que es una enfermedad mental.
En las antípodas de esta postura, se halla lo planteado por Sri Krishna, quien diferencia la naturaleza humana en dos; por un lado están los de naturaleza divina, quienes poseen entre otras cualidades: el autocontrol, la austeridad, la sencillez, la no violencia, la veracidad, el estar libre de ira, la tranquilidad, la compasión, la ausencia de codicia, la modestia, la fortaleza y la carencia de envidia.
Y por el otro están los de naturaleza demoníaca, quienes poseen entre otros atributos de su ser: no saben que hacer, realizan obras perjudiciales y horribles destinadas a destruir al mundo, a sus familiares, amigos y todo cuanto los rodea; se refugian en la lujuria, el orgullo o el falso prestigio insaciable, se entregan a “trabajos sucios”, y acumulan dinero por medios ilegales para la complacencia de los sentidos. Son aquellos que ven al prójimo como un “medio para un fin”; pero no queda ahí: sus “fines” o motivaciones son para su solo bienestar, orgullo, deseo, capricho; de manera egoísta y narcisista. Son los que viven para la complacencia de sus sentidos: caiga quien caiga.
Más allá de si uno concuerda con la postura de Mandela o con la postura de Sri Krishna, es evidente que muchos de nosotros nos hemos encontrado con personas que nos hicieron cosas malas, o que pretendieron dañarnos de algún modo. Lo cierto a su vez, es que muchos de nosotros aún siendo puros, inocentes y frágiles, en muchas ocasiones nos dejamos llevar por la tentación o lo que no “esta bien visto”,- socialmente hablando-, o lo que nos hace daño, ya sea porque tuviéramos ganas de seguir el instinto, o ya sea porque buscábamos -como diría S. Freud- “la pulsión de muerte” dañándonos a nosotros mismos: por traumas y cosas no asumidas, no asimiladas.
Es verdad que la mirada ajena nos vuelve vulnerables, por lo que muchas personas aparentan una cosa para no tener el “juicio” ajeno pero “hacen” otra. Sin embargo es muy probable que esa persona en la soledad, y luego de un tiempo, repita y “reproduzca” el “juicio” que los otros le dieron, contra sí mismo y ahí aparece “la culpa”: La culpa gestada por las religiones, para contener y encorsetar los instintos más animales y para que las personas se cuiden a sí mismas pero básicamente no dañen a otros.
Si bien por lo general, repetimos automáticamente normas, hábitos, lo que “está bien”, lo que “está mal”, según lo que nos impone la sociedad. Hay personas a las que no les importa nada de nada y destruyen su vida, pero principalmente la vida de personas inocentes que caen en su camino.
Estos atributos de la naturaleza, -tanto divina como demoníaca-, serían en términos kantianos, conocimientos a priori de la razón humana; ya que estarían implícitos en nuestra alma, desde antes de nacer y adquirir experiencia de vida.
Volviendo al eje de la cuestión, más allá de cual sea la postura antes nombrada, en la que usted crea, lo cierto es que hombres y mujeres luchan día tras día por encajar en el sistema; por obtener el merecido reconocimiento a su digna labor.
Así se va la niñez, la adolescencia y parte de la juventud – salvo raras excepciones – buscando ese tan preciado equilibrio entre el Yo individual y el Yo social [2]. Equilibrio al que se llega desde la autoaceptación, el reconocimiento de las diversas normas sociales; pero ¿qué sucede cuando no se logra alcanzar un lugar hegemónico?
Entendiendo por hegemonía, en el más gramsciano de los sentidos: como la aceptada por el grupo dominante en toda sociedad y la de dominio directo en el estado o nación. Esta tiene consenso espontáneo en las grandes masas del pueblo y dan la dirección impuesta a la vida societal. Por ejemplo tener un trabajo rentable, tener una familia que te apoye para bien, amistades, vida social, un buen look,- tanto físico como de vestimenta-, acudir a eventos sociales, estar integrado en reuniones de la comunidad o de algún grupo, estar en los festejos de las efemérides del entorno, etc.
Pero repetimos: ¿Qué pasa si no se logra ese lugar integrado en los preceptos sociales, en los mandatos, lo que nos dicen las publicidades como debiera ser nuestra vida, nuestra felicidad?, ¿qué pasa cuando no nos encontramos en ningún lugar hegemónico, cuando no estamos integrados al sistema imperante en el entorno social en cual vivimos?: Somos parias, marginales, “la escoria de la sociedad”. Sin embargo un cantante conocido, supo decir que él componía canciones, estudiaba artes, filosofía, que tuvo muchos fracasos, adicciones, que en su pasado no tenía relaciones afectivas o sociales, pero finalmente en un camino de trabajo, cultivándose llegó a vivir de lo que le gustaba: la música, siendo reconocido y finalmente ingresando a ser parte de la cultura reconocida.
Pero hay una circunstancia que aquí nos convoca, más allá del lugar que nos haya tocado vivir en la sociedad: ¿Cómo obrar con cada persona con quien nos toca interactuar? Siendo nosotros mismos. No siendo hipócritas y poniéndonos en lugar del otro. Todo esto en un marco de respeto mutuo, aceptación y buena onda.
“El Yo Individual y el Yo Social”
Por Yo individual entendemos la más personalísima parte de nuestro ser, lindante con el amor propio –no la vana egolatría-, nuestra dignidad y las ansias de ser felices. Es ese rincón del alma, del corazón y de la mente que necesita estar desnudo, despojado de: toda careta, hipocresía, dolor, presión o voces ajenas. Es una especie de región edénica originaria que anida en nuestro ser.
Por Yo social entendemos aquella parte de nuestro ser, fruto de la vida en sociedad, que busca constantemente crecer y desarrollarse en sociedad. Necesita la interactuación y el reconocimiento social.
“El Núcleo Actoral”
Todo ser humano, si hace silencio interior, puede bucear en si mismo y encontrar su niño interior, o el estado de pureza originario con que todos nacemos.
Y es a partir de ese núcleo, que socialmente podemos tratar de ponernos en contacto con todas las emociones vitales, y - siguiendo la línea goffmanniana [3] - tratar de actuar en la vida de igual manera que un actor lo hace en cada situación que se le presenta.
Actuar, pero poniéndonos en contacto con nuestras fibras más íntimas, ponernos en lugar del otro y hasta podemos tratar de entender por qué alguien actuó como lo hizo – más allá de si lo justificamos o no, más allá de si concordamos o no con sus valores -.
¿Cuáles serían esos pasos que nos ayudarían a mejorar nuestra relación y comunicación con el entorno?: Hay que prever la situación que nos puede tocar, con qué personas, en qué contexto y/ó escenario, y momento determinado. Siguiendo a Goffman, (en Ritzer, 1993) por ejemplo: si mañana tengo una reunión laboral con un jefe que es impulsivo y sobrador, que se cree dueño de la verdad, tendré que un día antes –como base- proyectar en mi mente como será ese encuentro, prever sus actitudes y mis mejores respuestas, prever también el ir bien dormido, duchado, relajado, y cual será la mejor hora para la reunión, todo en pro de que dicho encuentro sea un éxito favorable para nosotros.
Pero claro, no todos los encuentros sociales pueden preverse, siempre hay imprevistos que nos ponen en una encrucijada: o bien me dejo pasar por encima y chupan mi energía, o bien reacciono de manera agresiva, contestándole de fea forma todo lo que el otro generó en mí,-corriendo el riesgo de arruinarme parte del día-, o busco salir por la tangente, con una respuesta o accionar lo más socialmente aceptable, pero saliendo de esta situación o lugar lo antes posible, para no salir herido emocionalmente[4], o hablar lo mejor que pueda pero no callarme nada,- creemos que esta es la mejor opción sobre todo si algún aspecto en mi puede ser dañado en dicho encuentro-; respondiendo respetuosamente mi parecer respecto a lo que dicha persona me está diciendo, con buenos modos y con un temple de acero.
Por todo esto, el núcleo actoral, es el eje con el cual nuestro Yo Individual se conectará con la sociedad en la cual vivimos, en pro de una realidad –aquí y ahora-, mas dignificante de nuestro Yo Social.
Retomando lo antes hablado sobre el miedo, y uniéndolo empíricamente con la teoría del núcleo actoral, podemos decir que en un aquí y ahora, ante una situación que pueda ser de riesgo, para una persona, hay que evaluar si el riesgo es grande o no, ya que hay un miedo a la mirada ajena que puede ser neutro, yo me quedo callado, y salgo airoso de la situación. Pero hay un tipo riesgo que puede ser grande, y si yo no hablo, puedo salir dañado de la situación, es decir el miedo cuando es beneficioso y trascendental es el que hace que pueda salvar ó mantener mi vida; no paralizar mi accionar.
“La Visión de 360º”
Para lograr alcanzar el “Núcleo Actoral” es preciso poseer una visión de trescientos sesenta grados. ¿Y qué es eso? Es lo equivalente a quitarnos las orejeras, que al igual que a un caballo, nos puso la sociedad, para que cada uno “estrechemos nuestro campo visual”. Y cuando digo “campo visual” lo decimos en todo lo que implica esta palabra – tanto denotativa como connotativamente [5]-.
Es decir que para poder estar en un puro, profundo y verdadero contacto con nuestro Yo social, debemos dejar de lado todo el lastre impuesto, hasta por nuestros seres más queridos, cuestionar todo – como haría Descartes con su clásico postulado: “Pienso, luego existo”. – y mirar al mundo, a la gente, a las cosas, a la realidad misma sin ningún metafórico cristal ante nuestros ojos, o por lo menos lo más límpido posible.
¿Bueno y malo, lindo y feo, riqueza y pobreza, éxito y fracaso, soledad o barullo, Cielo o infierno, negro o blanco?… Todas estas y muchas más son el lastre, la barrera, la carga, el plus, el cristal, el deber ser, con que nos enseñaron a mirar el mundo.
La visión de trescientos sesenta grados o visión total profesa el redescubrir el camino de la inocencia, el de la pureza inicial, la que tuvimos al nacer y que fuimos perdiendo a medida que comenzamos a “tener memoria”. Para después de haber visto como son las cosas realmente, en todo su esplendor, con el fin de volver a la sociedad renovados, con más fuerzas, con una mirada adecuada para cada contexto y situación que nos toque vivenciar. Un ejemplo de la aplicación de la visión de 360º, sería cuando jugamos al pool; allí, si uno no es experto, antes de pegarle a la bola blanca para hacer el tiro, conviene darle una vuelta a la mesa de juego, y mirar todas las posibilidades de tiros existentes, desde todos los ángulos posibles y luego decidir cual es la mejor opción a tomar, en esa situación.
Esto, deberíamos hacer implícitamente en cada situación que nos toque vivir como una encrucijada que nos pone la sociedad. Por ello hay que estar preparado para poder vivenciar socialmente ciertas situaciones que nos pone la vida, hablando y actuando de la manera más propicia para nuestro beneficio, en el buen sentido de la palabra.
En ese momento uno sabrá cual de esos elementos sociales dejados de lado - con anterioridad - en el camino, reelegimos como herramienta en nuestra vida, pero ahora la elección será a conciencia, con conocimiento de causa y sin ponerle falsas cargas espirituales a cosas materiales o mundanas.
Fin
Bibliografía:
- Almará, Erasmo Norberto María; Formación Ética y Humanidades, Chibli Yammal, Mendiolaza, 1999.
- De Andrés, Verónica y Andrés, F.; Confianza Total, Para Vivir Mejor, Planeta, Bs. As., 2011.
- Eco, U., Tratado de semiótica general, Lumen, Barcelona, 1975.
- Gramsci, A., Los intelectuales y la organización de la cultura, Nueva Visión, Bs. As., 1984.
- Hobbes, T., Leviatán, Fondo de Cultura Económica, México, 1940.
- Kant, Immanuel, Crítica de la Razón Pura; Aguilar, Uruguay, 2010
- Mandela, Nelson, revista “Nueva”, Córdoba, 05 de junio de 2005.
- Ritzer, George, “Teoría Sociológica Contemporánea”. Mc Graw - Hill, Madrid, cap. 5, pág. 230 a 262., 1993.
- Rodríguez, E. Ariel, Rescato del Bhagavad – Gita, http://earielrodriguez.jimdo.com
- Rousseau, Jean J., El Contrato Social, http://www.infotematica.com.arjean-jacques/
[1] No incursionaré en el tema del pecado original.
[2] Ver capítulo aparte.
[3] Es decir, la teoría del Self según Erving Goffman, dentro de lo que es la línea sociológica del interaccionismo simbólico.
[4] Moralmente, físicamente, espiritualmente, etc.
[5] Literal y metafóricamente hablando. Siguiendo a Eco, (1975), la denotación hace referencia al contenido objetivo, o literal al que aluden las palabras o situaciones. Tiene un significado unívoco para un determinado grupo social. Ej.: Voy por la ruta y veo un cartel que tiene la imagen de una joven bebiendo una gaseosa refrescante de “equis” marca.) La denotación de esto sería el mensaje literal de la publicidad, una joven toma tal gaseosa refrescante.
Por otra parte, la connotación hace referencia al contenido subjetivo al que aluden las palabras o situaciones; variando por tanto de uso en uso. Ella asocia nuevos sentidos al significado del signo. La connotación logra significaciones emotivas. Es una proyección simbólica del espíritu humano que frecuentemente recurre al lenguaje metafórico.
Ej.: Al ver a la chica tomando gaseosa, asocio la idea frescura, juventud, verano, o simple mente tengo ganas de beber algo, aunque sea un jugo o agua, no la gaseosa promocionada en el aviso.