(Reflexiones de un Jardinero y Horticultor)
En mis épocas de fumador, el último pucho del día era casi ritual, me servía como excusa para bajar decibeles, hacer balance… es decir, buscaba la manera de irme a dormir con paz y mirada positiva… a la mala sangre, por regla le daba dos puchos de tiempo. Por cuestiones de rinitis y sinusitis, nunca fumé en ambientes cerrados, me hacía pésimo, así que mi rincón era bajo el alero del patio de atrás, sentado en el jueguito de jardín, con la única compañía de un ananá, que tiempo atrás había puesto en agua. Pensaba, pensaba mucho… y para matizar mis pensamientos, lo miraba con ojos francos al ananá, le acariciaba las hojas y le decía que estaba bonito, que era el ananá más lindo de todo el barrio y que estaba creciendo grande y fuerte… este lazo con mi ananá duró varios años. Pasó el tiempo y llegó el momento de irme de la casa de mis padres, para vivir con la mujer que amo; preparé mis bolsos, cajas y demás, pero en la mudanza me olvidé de “mi ananá”, ni siquiera me despedí de él.
Pasaron varias semanas de la mudanza, cuando mi madre me cuenta que “mi ananá” se estaba secando, que le ponía agua como siempre, pero no sabía que le pasaba, se estaba secando de a poco… apenas supe la noticia me lo traje, me sentía mal… “me extraña”, dije. Y así era, pero extrañaba aquellos encuentros de entonces, no se adaptó a mi nueva casa, ni a las plantas de este otro patio… duró un tiempito más y un día apareció seca del todo. De esta experiencia aprendí que si uno puede darle cariño a una planta y esta llega a apreciarlo y a extrañarlo, por que son seres vivos, más aún cuánto bien se puede hacer a una persona valorándola, dándole amor.
En mi jardín tenía varias plantas con flor, pero la que admiraba todas las siestas - mientras fumaba - era un Romero. Su flor es pequeñísima, de color violáceo y su aroma claro está, es a romero – remite más a condimento para carnes que a perfume silvestre -. El tema es que toda las siestas mi jardín era visitado por un colibrí, que curiosamente solo bebía el néctar de la flor del romero, no de las otras. Yo lo veía y quedaba maravillado, pues – amen de ser admirador de dicha ave – era curioso saber por qué buscaba esa flor y no otra. Reflexionando, me di cuenta que los humanos buscamos siempre querer saber el porqué de las cosas, y lo que yo veía ante mis ojos era un acto de amor. Sí, la flor está naturalmente en posición de entrega, y el colibrí consumía ese acto fiel y constante, día tras día. Por lo que llegué a la conclusión que al amor no se lo razona, se lo siente… y como diría Pascal, “El corazón tiene razones, que la razón no entiende”.
La tierra del patio de casa es arcillosa, por lo qué a la hora de removerla para comenzar la huerta renegué mucho. Es una tierra muy dura, y encima es relleno. No se imaginan la de vidrios, latas y huesos vacunos que saqué de allí. El tema es que los cachos de tierra arcillosa parecían una piedra, los tiraba contra la pared con bronca y no se desgranaba del todo… de no ser que ya había habido una huerta allí, veía opaca la posibilidad de sembrar algo en ese terreno. Una vez, mientras tamizaba dicha tierra, tuve una idea. La mojé y la moldeé. De esa obra de arte salieron tres ceniceros y un mate de adorno. Pasaron los días y cuando hacía el fuego para el asado, me acordé de “mis artesanías” así que las puse en medio del fuego – ya que no tengo horno de arcilla… - en síntesis, mi obra casual tenía la consistencia necesaria, luego la embellecí con acrílico y quedaron listas. Caramba, tan mal no me fue con esa tierra… por otro lado, al pozo donde iría la huerta, le metí los residuos orgánicos algo de mantillo, tierra negra y demás… y por último las benditas semillas… Mientras esperaba que la naturaleza haga lo suyo, averiguando en la red, me enteré de que la arcilla le acrecienta los sabores a los cultivos… dicho y hecho, luego de la cosecha salieron unas frutas y verduras tan sabrosas como nunca antes había probado. De esta experiencia aprendí que No hay que prejuzgar y hay que seguir adelante… no todo es como parece… al final se verá si valió la pena el esfuerzo.
En una de las visitas al vivero del barrio, compramos un jazmincito, el cual pasó a estar bajo la media sobra del patio de atrás, en una maseta que yo mismo restauré. Pasaron los años y la plantita siempre estaba igual, no largaba una sola flor… los sueños de que aromatizara toda la casa con su elixir perfume, parecía muy lejano. Un día nos sorprendió ver que estaban apareciendo unos botoncitos. ¡Qué alegría! ¡Al fin tendríamos jazmincitos!... pero había algo raro en todo esto, pasaban más días que los lógicos que suele llevarle a un botón en convertirse en flor y seguían ahí chiquitos, empequeñecidos… como con miedo a nacer… una noche, viniendo del patio, los veo, y aprecio esto e innatamente me salió agacharme, darles un beso con mucho cariño y decirles que no tengan miedo. Al día siguiente, amaneció el jazmín todo florecido. Creo que la “beso terapia” fue lo que le ayudó a florecer. Por eso pienso que si un simple jazmín siente el poder de un beso sincero, cuanto más nos hace a los humanos… no tengamos vergüenza en demostrar nuestros sentimientos.
Para que crezcan las plantas, en la huerta teníamos que controlar el asedio de los pájaros, cuyo menú principal – claro está - consta de semillas, se nos ocurrió poner una red de alambre – de esas que se usan en los gallineros -, sobre la huerta. A su vez la huerta está en un pozo de 30 cm., como opción para el riego. Toda esta red se encontraba estacada, y quedaba un espacio de unos 15 cm. entre la red y el piso para que pudiéramos sacar las plantas tranquilamente – por lo menos en los primeros meses. Todo anduvo bien, durante unos días no hubo acecho de las aves, pero una tarde mientras mateábamos con mi esposa vimos un hecho insólito, que nos dejó perplejos. Un gorrión venía volando en picada velozmente, apuntando al sembradío de zapallos; cuando llegó a escasos centímetros del enredado de alambre, cortó su vuelo de golpe y comenzó a caminar lentamente bajo el alambrado. Comió lo que quiso y luego cuando terminó su merienda y llegó a la pared, salió volando lentamente. Lo miré y me reí. De esta experiencia aprendí varias cosas: por un lado que a es verdad cuando se dice que “a seguro se lo llevaron preso”, puesto que yo se las compliqué a los pájaros, pero estos le buscaron la vuelta y continuaron alimentándose de nuestro huerto. Claro, si doy vuelta el mostrador y me pongo en el rol del ave también aprendo algo… NO hay imposibles, siempre queda una salida… y por último deduje que es injusto decir peyorativamente que alguien tiene “cerebro de pajarito”, - como diciendo que no razona – puesto que el ave de la que acabo de hablar razonó mejor que muchos humanos.
Allá por el año 2000, la situación económica de casa no era la mejor, y para poder solventarme los estudios tuve que salir a trabajar. Lo único que conseguí era de guardia del Banco de Córdoba. Me levantaba a las 5:30 AM y a las 6 AM ya estaba desayunado y marcando tarjeta en el objetivo de labor, ubicado a unos 3 km. de mi domicilio. El tema es que a las 10 AM en mi organismo no quedaban ni vestigios de lo que había sido mi desayuno. Por lo que me tomaba unos mates y me comía unos sándwiches de jamón y queso con pan lactal, que me llevaba religiosamente. Mi paladar es exigente, por no decir quisquilloso, y por ese entonces no me gustaba comerle al pan lactal la cascarita marrón, por lo que primero se la sacaba. En vez de tirarla a la basura, se me ocurrió arrojarlas al patio que era muy concurrido por las palomas. Estas apenas las vieron, vinieron en bandada a comer las migas. No solo que comieron, sino que durante tres días, estas aves estudiaron mis actos, así que al cuarto día, mientras yo estaba sentado en mi escritorio escuchando la radio, siento en la ventana – que tenía un pisito de unos 30 cm. – un golpeteo, levanto mi cabeza y veo a una paloma golpeándome el vidrio reclamando su comida. Miro el reloj y eran las 10 AM. Sonreí, salí y comimos juntos. Durante muchos meses esa veintena de palomas fueron mis compañeras para el tentempié de media mañana, hasta que la gata del banco tuvo siete crías, que no tardaron en crecer y hacer travesuras, entre ellas descubrir el horario en que le daba de comer a las palomas, comenzaron a ahuyentarlas para que les alimente. Que paradoja, yo que nunca fui adepto a las palomas y los gatos, por feeling, prejuicio… o vaya a saber que… compartí con ellos muy buenos momentos… hasta agarraba los gatitos y les daba de comer mientras los acunaba. De esta vivencia, aprendí a dejarme llevar por la magia de la vida, en sus simples cosas… que no es poco. A no tener preconceptos sobre las cosas, seres vivos o personas, pues si los hubiera tenido, no hubiese disfrutado de esas situaciones.
Cuando alguien compra un lotecito en las sierras para hacer en el una casita de campo, lo común es encontrar el terreno repleto de yuyos y plantas autóctonas. El trabajo inicial es desmalezar y hacer emparejar el terreno. Algunos contratan topadoras y no dejan ni un arbolito autóctono… da pena, pero es así. Otros, sacan plantas pero a conciencia, es decir de 30 espinillos dejan tres en lo que será el patio de atrás y tres en lo que será el de adelante, cortando aquellos que están donde se ubicará la vivienda. Una vez seleccionadas las plantas, llega la hora de darles forma, y es ahí donde entra el buen gusto, el sentido común y la practicidad… el arbusto creció solo, sin tutor alguno, por lo que su tronco zigzaguea haciendo dibujos pintorescos… muy distinto es al tronco de los árboles de avenida, todos derechitos, similares… aburridos. El árbol serrano es espontáneo, creció buscando el sol, y por eso curvó sus ramas hacia un lado. Esto le pasó a una conocida, y lo podó buscando que las ramas espinadas no dieran a la altura de los ojos, y que bajo su sombra se pudiera sentar con la reposera.
Cuando ella me contó esta anécdota, me quedé pensando de que cuantas veces la sociedad busca tutelarnos, moldearnos como arbolito de ciudad, bajo estructuras que dictaminan lo que es bello, lo que es bueno, que enseñan el deber ser… e incluso cuantas veces se critica al ser humano como al arbolito chúcaro, que creció solo, sin más escuela que la vida… ojo no digo que la sociedad sea mala, sino que tantas estructuras coartan la libertad innata del alma humana… y condicionan el libre albedrío…. Digo, No?
En el patio de casa, los árboles alfombraron el piso con sus hojas. En la jerga jardinera esto sería “mantillo”… es decir, una especie de manta con que el árbol cubre la tierra, para que no se le hielen las raíces…. Me pregunto: ¡¿Si la naturaleza es tan sabia que se preocupa de cuidar un arbolito, para que no se congele…. Por qué no aprendemos de ella; pues aun hoy en día se sigue muriendo gente de hipotermia?!
Mateando en las sierras, vimos con mi esposa una estampa que nos llamó la atención para bien. En la punta de un pino yacía una pareja de chimangos; estos parientes lejanos de los cuervos, son muy conocidos por sus costumbres carroñeras, hecho por el cual se lo carga de una connotación bastante oscura - como su plumaje -. El tema es que una de estas aves – digamos la hembra - se hallaba arqueando su cuello de manera tal, que apoyaba su cabeza en la de su amado. Tal manifestación de amor, nos llenó de ternura, y alejó de nuestra mente la imagen de cuervo, ave negra, o abogado…. Ja… a veces, la realidad tiene matices diferentes de aquellos con los que se la rotula.
A la higuera del vecino suele ir todas las tardes un benteveo, y realiza un cotidiano ritual: posado en la rama más alta, canta un rato mirando a cada punto cardinal… buscando a su amada… cuando ella lo oye, acude a su encuentro, se dan un piquito y parten juntos… eso es algo más que información genética en pro de la conservación de la especie… ¿No?... podríamos afirmar que el Amor es innato en los seres vivos… luego…. ¿Por qué hay tanto odio en el mundo?
Hace seis años, en primavera, compramos con mi esposa una plantita de cedrón. La misma apenas tendría ochenta centímetros de altura. La transplantamos, abonamos y regamos. Parece que le gustó su lugar en el mundo, puesto que comenzó a crecer, y crecer… con el paso del tiempo llegó a tener una copa de cuatro metros de altura, pero como era arbusto su tronco no resistía tanto peso, por lo que decidimos ponerle a un metro un tutor y unas guías de alambre, para que su ramas formen una glorieta… y así fue, muchos veranos fue la única sombra matutina del patio, bajo la cual mateamos. El tema es que dejamos de alquilar y tuvimos que preparar la mudanza. Muchas veces pensé en mocharle la copa y traérnoslo, pero cuando lo planté no supuse que crecería tanto y su raíz ocuparía un espacio muy grande – “lo que es arriba es abajo” dice un viejo refrán – no solo de nuestro patio, sino del de la vecina, pues la planta la puse pegada a la pared. Ambos queremos mucho a ese cedrón, (que nos cobijó y con sus hojas hicimos té, mate y licor), pero realmente veía que si egoístamente me lo quería traer, lo más seguro que pasaría sería el que la planta sufriría, pues no podía tirar la pared abajo para sacarlo, ni tampoco quería dividir su raíz en dos. Por lo que decidimos dejarlo allí. Nos costó dejarlo, y aceptar que ya había cumplido su ciclo en nuestras vidas, pero vimos que era lo mejor para él. De todo esto aprendí que el que ama, no lo debe hacer desde el egoísmo, sino más bien desde la apertura… no querer que el otro sea o haga lo que yo tengo en mente, sino aceptar lo que a él lo hace feliz, lo que lo realiza… aunque ello implique dejarlo ir, dejarlo hacer su vida… aprendí que en la vida hay ciclos, estos empiezan y terminan cuando les toca… no cuando uno decide…. pesado es para el alma el vivir solo pensando en ciclos pasados o futuros, puesto que así no se valora, ni disfruta el presente…
Cuando adolescente tuve mis ciclotimias y depresiones clásicas de la edad. En muchas de esas invernales noches, me iba al patio de adelante, y me ponía a ver el damasco de la vecina del lado, y al observar su gran copa pelada, veía reflejada mi vida, con tanto potencial a lograr a futuro… pero con un presente vacío… me amargaba mucho esa analogía… pero la vida seguía, y cargaba al hombro mis tristezas. Pasaron los meses y cambió la estación. Una primaveral mañana me halló sentado en el mismo sitio, pero un poco más optimista, y acordándome de la tristeza de aquella vez, me alegré al ver los jóvenes brotes que comenzaban a llenar la copa del damasco… aquel día comprendí que ese árbol no había bajado sus brazos dejándose amedrentar ante el castigo del frío invernal, sino más bien, todo lo contrario… supo guardar fuerzas y esperar el momento ideal para desarrollar todo su potencial… así aprendí que yo también debería esperar mi momento, que seguro llegaría y que el mismo me debería encontrar preparado para poder desarrollar todas mis cualidades. No me dejé conducir más por angustias vanas y la imagen del antes y el después del durazno, me acompañaron toda mi vida.
Cuando tendría unos diez años, una vez me agarró la curiosidad por hacer unas pruebas “científicas” con hormigas. El patio era todo un laboratorio botánico, yo el investigador, y aquellos insectos, mis conejillos de indias. Un frasco vacío de mayonesa fue mi improvisado terrario en donde puse arena, tierra, piedras, una que otra ramita, hojas verdes y una tapita de gaseosa con agua. Cuando el ecosistema estuvo preparado, recién metí los insectos, en el siguiente orden: primero tuvieron que convivir una hormiga negra grande con una del mismo color pero muy pequeña, de otro hormiguero. No tardaron mucho en verse y comenzaron a pelear - como en un ring -, y como era de esperar, ganó la grande. Al igual que en un Video Game, la pelea a muerte fue secundada por otra con un adversario mayor... ingresando una hormiguita colorada a mi pequeño Circo Romano, quien tranquilamente se acercó a la negra, la picó, y rápidamente la destronó. Esta experiencia, que puede sonar a morbosa, me dejó una moraleja que desmiente un dicho clásico, ya que “el hombre no es el único animal que mata a los de su misma especie”, las hormigas también lo hacen y sin piedad... ¿Descenderemos de las hormigas?
Bíblicamente en la “Parábola del Sembrador”, se estipula que una semilla para que de buen fruto debe caer en tierra fértil, puesto si cae entre piedras, espinas o a la vera del camino, no corren buena suerte. El tema es que en la huerta y en el jardín de casa, se dieron casos no estipulados en la sacra metáfora. Tenemos un espinillo que creció en medio de un terreno pedregoso, lleno de tosca y tierra arenosa, como achicorias que crecen entre el pasto – una serie de champas puestas sobre relleno de cascotes - ... ¿Y qué con esto?... la cosa es que, el que tiene plata contrata un jardinero para que cambie toda la tierra, y deje las condiciones ideales para sembrar. Mientras, los que no podemos destinarle muchos pesos al patio, compensamos esto con cuidado y regado – no siempre -. A su vez hay plantas que resisten más que otras las inclemencias del tiempo. De todo esto me quedó, - volviendo a la vieja parábola - que no todo en esta vida está previsto, tabulado; puesto que si una persona sigue adelante en su vida, y logra su cometido – como las plantitas recién nombradas – muchas veces esto depende de las ganas de vivir que uno tenga, más allá de todo. La constancia es primordial… y una vez que hallamos crecido, como la achicoria, con nuestras raíces bien agarradas a los cascotes apisonados, (que podemos ver como pruebas superadas en la vida), será muy difícil que puedan sacarnos de nuestro lugar bien ganado y merecido.
Es común ver en los patios crecer espontáneamente la planta del “Falso Café”. Algunos la dejan ser, por el simple hecho de que rápidamente tendrán una sombra donde guarecerse. Pero en sí, este árbol es una plaga, que si no se combate y elimina de raíz, en poco tiempo tomará mucho lugar en un patio e inclusive dará muchos hijos. Cuado vinimos a casa, el jardín estaba descuidado, y entre todas las plantas que allí había se encontraban varios “Falso Café”, al verlos allí tan erguidos y grandes creí a primera vista que me costaría un montón el sacarlos. Pero cuando puse manos a la obra, me sorprendió - para bien mío - que casi no tenían raíces. Es decir que crecían mucho en altura y no tenían una buena base con la que aferrarse al suelo. Cuando los observaba tirados, me hicieron acordar a esa gente que es pura cáscara, aquella que le importa mucho la imagen, la moda… lo superficial, pero que poco se acuerdan de tener algo por dentro… ojalá salieran de puestos importantes para la vida societal, este tipo de personas, tan rápido como un “Falso Café”.
Cuando niño me regalaron un bello pajarito que había sido entrampado. Yo contento con mi nueva mascota, lo puse en una jaula que teníamos tirada por ahí, le compré alpiste, le puse agua fresca y lo colgué de la pared del patio de atrás, bajo el alero. Luego de eso, yo seguí mi vida, pero, cuando venía del colegio o por la tarde, me llegaba a verlo y me sorprendía que la comida estaba intacta, hasta el agua… estaba en ayunas totales… y mucho menos cantar… se encontraba mudo. Al principio creí que era cuestión de adaptación, le hablaba… pero ni ahí… pasaron dos o tres días – ya no me acuerdo bien – y una siesta todo seguía tal cual, salvo por el hecho que ahora no estaba quieto, sino que se daba golpes contra la reja… empezaba a tener sangrada las plumas… comprendí su mensaje. Me partió el alma, verlo así… le pedí perdón, abrí la reja, lo tomé en mis manos y lo largué… salió volando a toda velocidad hasta quedar guarecido en la copa del níspero que tenía la vecina de atrás. Claro está, nunca más supe de él, pero me quedaron un par de lecciones para toda la vida… la libertad es un derecho innato que tenemos todos… ¿Quién era yo para mantenerlo ahí encerrado?… si no lo dejaba hacer su vida, y lo retenía egoístamente, aun viéndolo sufrir… más que su amo, hubiera sido su verdugo…pues hubiera muerto de pena.
En el patio de la casa hay una añeja planta de Damasco. Pero como vinimos en invierno, estaba todo deshojado… mas, parecía seco. Sinceramente, de haber tenido una moto cierra, seguro que lo cortaba… realmente creía que estaba todo seco, ya. En su base, por esas cosas de la vida, se hallaba trepando un helecho, el cual yo regaba religiosamente todos los días. Vino la helada, nevó… el helecho no resistió, pero para sorpresa nuestra, con los primeros calores el damasco comenzó a florecer. Fue una alegría inmensa esa noticia… día a día resurgía como el ave Fénix, sus hojas, frutos… toda la primavera se expresaba en su ser. Pero claro, de sus tres ramas principales solo tenía vida en una, las otras dos sí estaban secas… y al verlo una tarde, me puse a pensar… con el paso del tiempo, las pruebas que nos tocan enfrentar, muchas veces nos ponen en jaque, y quedamos muy mal anímicamente, desilusionados, desganados, con ganas de no confiar más en nadie, de no tener más sueños abortados… hay veces en que la muerte nos guiña un ojo antes de tiempo… y a Dios gracias que miramos para otro lado y seguimos nuestro camino, (como pudimos). Salir adelante, superar depresiones no fue facial, asumiendo que hay heridas que no cicatrizarán jamás y que ya nunca más seremos el de antes… ver esa nueva apuesta a la vida del viejo damasco, me hizo sentirme hermanado con él, pues veía que si bien tenía las cicatrices, fuerza y las raíces de toda una vida, tenía también nuevos brotes de esperanza… ya no era el mismo… No; era otro superior, pues pudo superar los obstáculos y seguir apostando a la vida.
Fin
E. Ariel Rodríguez
29/9/11