La vida es un instante cósmico vivido entre nuestro nacimiento y nuestra muerte terrenal. Un lapso de tiempo que transcurrimos en este planeta, que a los ojos de los “Seres de Luz”, puede ser un parpadear; pero para los que estamos vivos, es una paradoja que se representa en el cuadro de Dalí, en el cual un reloj se halla dilatado, o en su antítesis no reflejada por artista alguno,- que yo conozca-, pero la cual representaría que un segundo puede vivirse como una eternidad, y a su vez, toda la eternidad puede caber en un segundo.
Todo es relativo, dijo Einstein, y esa es la más pura verdad, a mi modo de ver. Y la vida también lo es. ¿Quién es quien para decirnos en este plano vital, cuánto tiempo debemos vivir, o cómo debemos vivirlo? Las estadísticas… las tradiciones… la cultura imperante… el “Deber Ser”? No; ningún humano tiene semejante poder para juzgar el porqué alguien murió muy joven, con todo un futuro por delante siendo buena persona; o por qué otro alguien bastante impío llegó a nonagenario rodeado de afectos y con un buen pasar económico. Solo Dios sabe el porqué de la extensión de cada destino vital. Aunque me pregunto: ¿Alguien morirá en la víspera?... vaya uno a saber.
La vida con una mirada panóptica, creyendo en la inmortalidad del alma humana,- es decir, creyendo que de algún lado venimos y hacia algún lado vamos después de muertos-, es un constante cambiar de piel, como las serpientes; o sea que al morir cambiamos el traje, la fachada con la que estuvimos viviendo por un tiempo como “seres humanos”. Luego de ello, iremos a continuar nuestro proceso evolutivo,- si hicimos medianamente bien las cosas- a otro lugar, con nuevos desafíos; con otra vida, lo cual implique en si mismo, con nuevas muertes.
Cómo diría Charly García: ¿Cuántas veces tendré que morir para poder Ser Yo?
Lic. E. Ariel Rodríguez Goberna
17 de abril de 2017